ENVEJECER SIN SENTIRSE VIEJO y NUNCA PERDER LA CHISPA

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¿Es posible envejecer sin llegar a convertirse en un viejo? ¿Tener 87 años y jugar tenis es una curiosidad digna de ser destacada en el libro de los récords?

Resulta habitual asociar la última etapa de la vida con la declinación física y la aparición de enfermedades capaces de conducir a una progresiva discapacidad. Sin embargo, los avances científicos y las nuevas tendencias en gerontología (especialidad que estudia el envejecimiento) permiten modificar antiguos esquemas y plantear una calidad de vida diferente en virtud del aumento de la longevidad.

La expectativa de vida al nacer viene mostrando en todo el mundo un aumento explosivo al punto que en los últimos 40 años la posibilidad de muerte se ha alejado más de 20 años, una medida que rompe cualquier registro en milenios. Pero, ¿más años por vivir implican mejor calidad de vida? El especialista en psicobiología del estrés y envejecimiento Juan Hitzig pregona una diferencia sustancial. Médico dedicado a la gerontología, distingue entre el proceso de envejecimiento y la vejez: “Hay que acorralar a la vejez. Nunca hubo en la historia de la humanidad tanta gente en vías de envejecer como ahora”, por lo que advierte que si los gobiernos no preparan una política de Estado capaz de contener una gran cantidad de ancianos, “la realidad será catastrófica”.

No obstante, no todo es tan desalentador. En rigor, Hitzig propone un modo de vida que tiene por centro el proceso de envejecimiento (“que comienza el día que nacemos”) y no la vejez, como “estado ligado a la discapacidad”. Es decir, es posible envejecer sin ser viejo. El especialista diferencia tres aspectos: la biología, los efectos y las enfermedades del envejecimiento. En el primer caso, se trata de un proceso que acompaña toda la vida y que guarda relación con el envejecimiento de las células. En cuanto a los efectos, entra en juego las prácticas poco saludables que una persona pudo haber tenido durante su vida y que se acentúan con los años (alguien que siempre exigió de manera incorrecta su peso sobre la cadera es probable que desarrolle una artrosis de cadera). Y, por último, las enfermedades. Según Hitzig, no existen prácticamente enfermedades propias de la tercera edad sino más bien consecuencias de falta de ejercicio físico. Pese a todo, reconoce dos patologías: el parkinson y las demencias. “Por tanto, deberíamos hablar de envejecimiento neuronal y dejar de lado los prejuicios acerca de que los viejos están llenos de enfermedades. Las enfermedades se van acumulando a lo largo de la vida”, explica.

Llevar una vida saludable

Tener hábitos sanos más allá de los 70 años no parece ser una expresión de deseo. “Tendríamos que lograr que cada vez más gente muera lo más tarde posible y de la mejor manera posible”, sostiene Hitzig.

En la Argentina la expectativa de vida al nacer es de 74 años mientras que en Japón -el primero en el mundo- asciende a 76. Sin embargo, la diferencia aparece cuando se mide sobre lo saludable. Japón, entonces, tiene una expectativa de vida saludable de 74 años mientras que la Argentina exhibe apenas 68. “Si no revertimos esto, en los próximos años tendremos cuatro geriátricos por manzana”, advierte el especialista.

La agenda genética, más alimento y sentimiento

La diferencia entre el proceso de envejecimiento y el estado de la vejez está dada por la combinación de dos edades: la cronológica y la biológica. La primera está regida por una agenda genética mientras que en la segunda entran a jugar cinco variables: la biología y su mantenimiento (la medicina), el alimento, el movimiento, el pensamiento y el sentimiento. Alejarse de la invalidez y mantener la autonomía a los 80 o incluso los 90 años dependerá de la aceleración o no de la edad biológica. “La misión es retardarla”, apunta Hitzig, al tiempo que manifiesta que lo principal para cada ser humano será manejar de la mejor manera posible las emociones negativas. “El estrés es la principal causa de aceleración de la edad biológica”.

Por tanto, según el especialista, “uno puede hacer mucho más por su envejecimiento que lo que el envejecimiento puede hacer de uno mismo”.

 

Nunca Pierdan La Chispa

Por Anna Perlini

Se dice que envejecer es renunciar a los sueños. Que es dejar de moverse. La avanzada edad suele representarse con un buen número de síntomas de parálisis y de pérdida de dinámica, dependiendo del estilo de vida que se elija. 

La sola idea de que algún día mis padres envejecieran bastaba para hacerme llorar de pequeña. Los quería muchísimo. Me aterrorizaba pensar que en algún momento perderían parte del cabello y su rostro se llenaría de arrugas. No es de extrañar que mi película favorita en esa época fuera Peter Pan. ¡Qué gracioso! Ahora entiendo que en cierta manera temía el proceso de envejecimiento. Lo hermoso nunca debiera terminar ni perder su brillo.

 El tiempo pasó y mi  temor se desvaneció. Empecé a aceptar el aspecto físico del cambio, al menos en mis padres. Cabe añadir que la edad les ha sentado muy bien. Sería una mentira asegurar que me alegra envejecer. Pero además de sentirme más fuerte ahora que cuando tenía veinte años, he caído en la cuenta que lo que más me atemoriza es acumular años por dentro. Es perder el entusiasmo, los ideales, el deseo de aprender y de continuar avanzando. He presenciado ese cambio en otros. Especialmente en las personas de mi generación. Las mismas que de jóvenes luchaban apasionadamente por cambiar y mejorar el mundo. Por eso me alegro cada vez que tengo la oportunidad de ponerme a prueba y de alguna manera empezar de nuevo. Siento que me rejuvenecen. Soy una idealista sin remedio, lo admito.

 Un pensamiento que me ha animado y motivado toda vez que sentía ganas de renunciar es: «Algunas personas se venden demasiado baratas. Se rinden muy pronto. Es muy fácil crear excusas, excusas legítimas, lógicas, razonables y aceptables por las cuales no lo pudiste lograr, o para que no se espere que lo logres. En la mayoría de los casos, la mayor parte de las personas aceptarán tus excusas, porque la mayoría de las personas tampoco tiene fe, y al excusarte a ti están excusándose a sí mísmas.  Pero, ¿te va a excusar Dios?»  David Brandt Berg

Hace varios años participé en un reencuentro escolar. Allí tuve ocasión de reunirme con amigos que no había visto en más de 30 años. En el colegio tuve calificaciones muy altas. No solo era de las mejores en la escuela, sino que además promovía varias causas sociales y políticas. Los siguientes 38 años los dediqué a las mismas causas, a menudo en situaciones muy arduas. Nunca hice acopio de bienes materiales. En claro contraste, varios de mis amigos se han convertido en exitosos doctores, abogados y empresarios. 

En el curso de la reunión fui el centro de todas las miradas.  Uno de ellos se atrevió a preguntar lo que estaba en boca de todos: «¿Si tuvieras ocasión de volver a escoger, cambiarías algo? Eras una estudiante sobresaliente. La mejor. Todos te admirábamos y solíamos pensar que te convertirías en una importante doctora o escritora». 

Mi respuesta fue un rotundo no. No sentía ningún remordimiento. Había encontrado mi llamado y lo había seguido. No existe mayor recompensa. Lo único que lamento es no haber tenido ocasión de ayudar más a los demás. Pero aún tengo ocasión de trabajar en ello.

 El suspiro de alivio entre los presentes fue casi unánime. La mayoría exclamó: «Nos alegra muchísimo escuchar eso. Es maravilloso que continúes luchando por tus ideales. Has renunciado a mucho para alcanzarlos. Sigues siendo un modelo a seguir».

 En ese momento entendí que no soy la única que detesta rendirse. No es cuestión de mantener una apariencia de fortaleza y nunca cometer errores. A fin de cuentas, resulta imposible. Los tropiezos son inevitables. En ocasiones uno incluso se ve forzado a tomarse un respiro. Lo más importante es nunca darse por vencido. Es continuar creyendo, dando, moviéndose y adaptándose. 

Alguien dijo en cierta ocasión: «El corazón que siente amor nunca envejecerá». Estoy segura que esas palabras ayudarán a mantener el brillo en sus ojos hasta el fin de su vida en la tierra.

Con amor y más amor…Myriam

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